miércoles, 16 de febrero de 2011
En medio de la noche
Le miro a los ojos. Y me doy cuenta de que son transparentes. ¿Por qué no me había dado cuenta antes? Al fin y al cabo, siempre que le miro me pierdo en sus aguas verdosas. Me parecen las esferas más perfectas del mundo. Quiero describirle, pero las palabras se me amontonan en la cabeza y no puedo aclarar mis pensamientos. Eso me fastidia. Sé que le idealizo demasiado. Al fin y al cabo también tiene defectos. Pero es esa forma de pensar, de ver el mundo. Ese halo de misterio que le envuelve. Y que le hace tan especial. Y que hace que quiera mirarle. ¿Sabeis? A veces, en medio de la noche, sueño que me esfumo en el aire y que me voy hasta tu casa. Me siento en el alféizar de la ventana de su dormitorio. Me quedo contemplando cómo duerme toda la noche. A veces hasta abro la ventana y me tumbo a su lado. A acariciarle la cara ya no me atrevo. Sólo la simple idea de tocarle hace que mi cuerpo se estremezca. Acabada la noche me voy de su lado, pero no sin antes llevarme su olor conmigo. Es la única forma que conozco de recordarle hasta la noche siguiente, cuando vuelva a entrar por su ventana. Cuando vuelva a contemplar esos grandes ojos cerrados, que me miran cuando tengo la suerte de verle. Antiguamente, los poetas solían decir que para encontrar la inspiración, debías estar triste, enamorado, o las dos a la vez. ¿Sabeis una cosa? Ni estoy triste, ni estoy enamorada. Él es sólo mi fuente de inspiración. Es mi Musa.
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