martes, 3 de mayo de 2011

Fiebre de la noche

Esa era una de esas noches en las que lo único que me apetecía era desconectar del mundo. La cercana muerte de mi tío, la estúpida Universidad y el pesado de mi ex, eran algunos de los asuntos que prefería enterrar bajo tierra, aunque fuera sólo por esa noche de sábado. Ducha caliente, secador, cabeza boca abajo. Los mismos pelos de leona de siempre, sin remedio, pero sexies. Saqué del segundo cajón de la cómoda mi mejor conjunto de ropa interior (encaje negro, por supuesto). Ojalá tuviera un liguero. Medias de cristal, de esas de los años 70, con una raya negra que empieza en el talón y recorre toda la parte de atrás de mis largas piernas. Mi falda de tubo, negra también, qué raro. ¿Dónde habré dejado la camiseta de Sex Pistols? Como no, debajo de la cama. Es demasiado larga. Qué bueno tener unas tijeras a mano. Tijeretazo y listo. Mi madre sigue sin comprender por qué salgo un sábado con ese tipo de camisetas. Dice que tengo un problema. Sí, puede que lo tenga, amo la música. Pintalabios rojos, beso a mamá, y lista. Hace calor en la calle. Mucha gente me mira, ¿acaso las mujeres de casi metro ochenta no pueden llevar tacones? Nunca entenderé ciertas cosas. Enciendo el último cigarro que me queda en la cajeta de Marlboro. Algún día tengo que dejar de fumar, y de beber, porque dentro de diez minutos estaré con la primera cerveza de la noche en la mano. Y dentro de dos horas, con algún chico en el baño. O con una extranjera rubia de esas que tanto me ponen. Dicen que los bisexuales sólo son viciosos. Pero, al fin y al cabo, ¿qué es la vida sin vicios?

1 comentario:

vicky dijo...

Me encanta, según lo iba leyendo te iba imaginando,por alguna extraña razón, a ti haciéndolo.